Autorretrato de Isabel Cañelles escrito por Holden Caulfield
[Prefacio de Los cuentos de amor ya no se llevan, ganador del Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa en 2007. Escrito en 2002]
Es una tía que... No sé, a mí a veces me pone un poco nervioso, la verdad. Sobre todo cuando se pone en plan víctima. Que si nadie la quiere, que si sus amigos la evitan, que si no sabe escribir... Un coñazo, vamos. De esas que siempre decían que iban a suspender el examen, y en cuanto la oías hablar en el pasillo sabías que iba a sacar un sobresaliente. Cuando miraba la nota se sorprendía, la tía, y lo único que uno sentía era ganas de retorcerle el pescuezo. Pero me parece que estoy empezando la casa por el tejado. Debería hablar de su infancia y todo eso, para que ustedes entendieran por qué ahora me pone un poco nervioso. Pero la verdad, no creo que con eso consiguiera que les cayese bien, así que mejor lo dejo. Las manos las tiene bonitas, eso sí, larguiruchas, con unas venas que parece que se mueven solas al compás del teclado. Es que últimamente se pasa todo el día delante del ordenador. Antes no era así, no paraba la tía. Vivía en Aluche, y se pasaba todo el día en el centro. Ahora vive en el centro, y se pasa todo el día en casa. ¿Ven lo que quiero decir? Es que antes trabajaba fuera, eso es verdad. Pero aparte no le gustaba mucho estar en casa. A veces, cuando no le quedaba más remedio, regresaba pronto; y ahí la tenías, sentada durante horas en el borde del sofá, sin quitarse ni el abrigo, hojeando cualquier libro o hablando por teléfono. Esas no son formas de estar en tu propia casa. Ahora que lo pienso, a lo mejor aquella no era su propia casa. A veces no basta tener unos papeles firmados para tener una casa. A veces es la casa la que te atrapa a ti y no te quiere soltar. Igual fue eso lo que le pasó, porque estuvo ocho años sentada en el borde del sofá.
Ahora sí que tiene una casa, con dos balcones que dan al centro. Ya me gustaría a mí. Pero ella se busca otros problemas. Ahora dice que le falta espacio, que son muchos en la casa. El caso es protestar, le digo. Ella se queda mirando distraídamente por la ventana. Tiene una mirada un poco triste, como ausente. Será porque es miope. A ella le da rabia que le digan que tiene los ojos bonitos. Tu padre, dice. Se cree que se burlan de ella cuando le dicen eso, como si no se pudieran tener los ojos bonitos y ser miope a la vez. Eso es lo que tiene, que siempre se piensa que se están burlando de ella. Un rollo, porque se pasa la vida pidiéndote que le digas cuánto la quieres para luego poder decirte que es mentira, que en el fondo lo que pasa es que no la quieres nada y que si estás con ella es porque tiene bonitos ojos. ¿Pero no decías que...?, le preguntas entonces. No te deja terminar, porque se echa a llorar. ¿Entienden lo que quiero decir? A veces no hay quien la aguante. Otras veces se ríe, uno no sabe muy bien de qué, porque mucho sentido del humor no tiene. Ni se te ocurra contarle un chiste, porque luego te hará mil preguntas absurdas y al final lo convertirá en una especie de paloma desollada y sin alas. ¿Y qué es un chiste sin alas? Pero nada, que no hay forma con ella. Se ríe con otras cosas sin sentido. Por ejemplo, un día vi cómo le metía el dedo meñique a su gata Áishera en la boca mientras bostezaba. La gata, al encontrarse ese trozo de carne, en vez de hincar el diente se puso a lamerlo. Y ella se partió de la risa. Luego la he visto hacerlo con su novio, y como tampoco la muerde, sino que detiene los dientes justo al llegar a la carne, ella venga a meter el dedo y venga a reírse todas las mañanas. Menudo rollazo que te corten el bostezo cada vez que abres la boca. Aunque igual merece la pena por verla reírse de esa forma, como si no se cansara de comprobar que no piensas herirla.
Así que unas veces llora y otras se ríe. Y otras está como ausente, lejos y fría, como los muertos. Entonces te trata como si fueras un desconocido al que hay que preguntarle por la familia y los hijos. ¿Qué tal?, te pregunta desde la estratosfera. Y no sabes qué decirle para sacarla de allí. Si le hablas de aquello que te contó ayer y dejó a medias, te contesta con evasivas, como si no recordara bien quién eres y solo te siguiera la corriente. Otras veces ni llora ni se ríe ni está ausente, sino que anda metida en sus asuntos, con seriedad, como si no hubiera en la vida nada por lo que llorar ni por lo que reírse a carcajadas. Eso tiene, también, que se lo toma todo muy a pecho, hasta lo que ocurre cada día. Todo tiene demasiada importancia, un gorrión que pasa o unos minutos de silencio. Las cosas y las personas contienen la respiración a su lado. Cuando menos te lo esperas ya está interpretando algo, tu forma de tirar la ceniza o el hecho de que falte pasta de dientes. Esa es una de las cosas que más nervioso me ponen. Y no es que sea mala chica ni que le guste jorobar a la gente. Simplemente, no lo puede evitar. No se relaja. Parece que siempre pudiera salirle al paso un asesino. Si vas a pedirle fuego por la espalda, no veas el salto que mete. Se asusta como un pajarillo, y se queda un rato encogida, con cara de huérfana. Ya le puedes decir mil veces que no lo has hecho aposta... que nada, la cara de huérfana le dura lo que le dura. Yo creo que en el fondo le gusta que sientan pena por ella.
Antes, cuando era más jovencita, era difícil verla enfadada. Sonreía todo el rato, aunque la mirada seguía siendo triste. Ahora es otra cosa, cada dos por tres se enfada con ella misma y con el mundo, y le da tanta rabia hacerlo que solo quiere meterse debajo de una mesa. En ese sentido, parece que tiene otra vez quince años. Le duele hasta respirar, a la tía, y se preocupa por todo. Es como muy responsable para las pequeñas cosas, para los detalles a los que los demás no damos la mínima importancia. No se te ocurra decirle que los zapatos de charol no pegan con la mochila roja, porque se piensa que eso quiere decir que no te apetece salir a bailar con ella. Pues vaya. Y lo peor es que enseguida vienen las lágrimas, y ya solo queda esperar a que pase el chaparrón. Total, que al final ni bailar ni nada. Pero tampoco se te ocurra decirle que tiene que comer mejor o arreglar el ordenador o llamar a su amiga Carmen, porque te mira como si fueras un extraterrestre o algo así. Para ella la salud o el ordenador o los amigos son cosas que se arreglan solas, por las que no hay que preocuparse como por la pasta de dientes. Claro, eso hasta que se pone enferma, o el ordenador ya ni se enciende o su amiga Carmen no la llama. Entonces llora y se lamenta porque ya no hay remedio y dice que ya lo sabía ella y se siente la persona más desgraciada de la Tierra, y por unos días solo existen en la vida su cuerpo, el ordenador o su amiga Carmen, que ya no quiere saber nada de ella, claro. Y lo pasa tan mal que cuando sale de eso se siente la persona más feliz del mundo y se vuelve a enredar en la pasta de dientes o en el crecimiento de los chopos de la plaza. El caso es preocuparse. Porque yo creo que lo que más odia es lo cotidiano, lo que pasa sin pena ni gloria. Hasta una tortilla de patatas tiene que tener algo de trascendente. Por eso a veces da rabia contarle las cosas. Te escucha con demasiada atención. Trata de ponerse en tu lugar con tanta vehemencia que te da la impresión de que te roba el puesto y se lo queda ella. Hay veces que uno solo quiere que lo escuchen y ya está, o a lo máximo que le den una palmadita en el hombro. Con ella eso es imposible. Al principio te sientes muy importante, pero te acabas dando cuenta de que la importante es ella, que se ha quedado con tus problemas y los ha resuelto como le ha dado la gana. Qué plasta.
A decir verdad, solo me gusta cuando consigue salirse de todo eso, a su pesar. Cuando va al cine y se pone en la cola de las palomitas y se pide la grande. Entonces los ojos le brillan y no es ella; es feliz. Es a eso a lo que me refiero. Cuando todo lo que es o lo que cree ser desaparece, y se deja llevar, entonces sí que da gusto. Luego sale del cine y a veces se ha contagiado tanto de la película que hace los mismos gestos que la protagonista, y te habla con las palabras del guión. Se ríe si ha visto una comedia y llora si era una tragedia, y no al revés. Así es como tendrían que ser siempre las cosas. Le pasa eso también con los fuegos artificiales. Ella dice que le gustan porque es miope y todo lo que sea de colorines le llama la atención. Yo no sé por qué es, pero cuando los mira llora y ríe a la vez, y las emociones se le salen por la boca, por la nariz, por los ojos, por las puntas de los dedos, y todas sus capas de frialdad se van a freír espárragos por un rato. Yo creo que por eso le gusta escribir, porque se parece un poco a lo de los fuegos artificiales. Un día me dijo que escribir le dolía. Yo no le dije nada, pero pensé que tenía que doler cuando se rompe el hielo de dentro. No sé si se habrán hecho una idea. No es fácil retratar a alguien, aunque lo conozcas desde siempre. Incluso yo diría que es más difícil. Si a mí me dicen que describa al panadero, enseguida les doy todos los detalles, hasta lo de su hijo bizco y lo de que en la trastienda se dedica a empinar el codo mientras se pone vídeos porno. Pero con ella no es tan fácil, no sé si saben lo que quiero decir. Lo que ocurre es que en vez de describirla me entran ganas de estrangularla o de comérmela a besos. O de las dos cosas a la vez.
Autorretrato Nº 68
ResponderEliminarAutorretrato de Isabel Cañelles escrito por Holden Caulfield
[Prefacio de Los cuentos de amor ya no se llevan, ganador del Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa en 2007. Escrito en 2002]
Es una tía que... No sé, a mí a veces me pone un poco nervioso, la verdad. Sobre todo cuando se pone en plan víctima. Que si nadie la quiere, que si sus amigos la evitan, que si no sabe escribir... Un coñazo, vamos. De esas que siempre decían que iban a suspender el examen, y en cuanto la oías hablar en el pasillo sabías que iba a sacar un sobresaliente. Cuando miraba la nota se sorprendía, la tía, y lo único que uno sentía era ganas de retorcerle el pescuezo.
Pero me parece que estoy empezando la casa por el tejado. Debería hablar de su infancia y todo eso, para que ustedes entendieran por qué ahora me pone un poco nervioso. Pero la verdad, no creo que con eso consiguiera que les cayese bien, así que mejor lo dejo. Las manos las tiene bonitas, eso sí, larguiruchas, con unas venas que parece que se mueven solas al compás del teclado. Es que últimamente se pasa todo el día delante del ordenador. Antes no era así, no paraba la tía. Vivía en Aluche, y se pasaba todo el día en el centro. Ahora vive en el centro, y se pasa todo el día en casa. ¿Ven lo que quiero decir? Es que antes trabajaba fuera, eso es verdad. Pero aparte no le gustaba mucho estar en casa. A veces, cuando no le quedaba más remedio, regresaba pronto; y ahí la tenías, sentada durante horas en el borde del sofá, sin quitarse ni el abrigo, hojeando cualquier libro o hablando por teléfono. Esas no son formas de estar en tu propia casa. Ahora que lo pienso, a lo mejor aquella no era su propia casa. A veces no basta tener unos papeles firmados para tener una casa. A veces es la casa la que te atrapa a ti y no te quiere soltar. Igual fue eso lo que le pasó, porque estuvo ocho años sentada en el borde del sofá.
continuación,
ResponderEliminarAhora sí que tiene una casa, con dos balcones que dan al centro. Ya me gustaría a mí. Pero ella se busca otros problemas. Ahora dice que le falta espacio, que son muchos en la casa. El caso es protestar, le digo. Ella se queda mirando distraídamente por la ventana. Tiene una mirada un poco triste, como ausente. Será porque es miope. A ella le da rabia que le digan que tiene los ojos bonitos. Tu padre, dice. Se cree que se burlan de ella cuando le dicen eso, como si no se pudieran tener los ojos bonitos y ser miope a la vez. Eso es lo que tiene, que siempre se piensa que se están burlando de ella. Un rollo, porque se pasa la vida pidiéndote que le digas cuánto la quieres para luego poder decirte que es mentira, que en el fondo lo que pasa es que no la quieres nada y que si estás con ella es porque tiene bonitos ojos. ¿Pero no decías que...?, le preguntas entonces. No te deja terminar, porque se echa a llorar. ¿Entienden lo que quiero decir? A veces no hay quien la aguante.
Otras veces se ríe, uno no sabe muy bien de qué, porque mucho sentido del humor no tiene. Ni se te ocurra contarle un chiste, porque luego te hará mil preguntas absurdas y al final lo convertirá en una especie de paloma desollada y sin alas. ¿Y qué es un chiste sin alas? Pero nada, que no hay forma con ella. Se ríe con otras cosas sin sentido. Por ejemplo, un día vi cómo le metía el dedo meñique a su gata Áishera en la boca mientras bostezaba. La gata, al encontrarse ese trozo de carne, en vez de hincar el diente se puso a lamerlo. Y ella se partió de la risa. Luego la he visto hacerlo con su novio, y como tampoco la muerde, sino que detiene los dientes justo al llegar a la carne, ella venga a meter el dedo y venga a reírse todas las mañanas. Menudo rollazo que te corten el bostezo cada vez que abres la boca. Aunque igual merece la pena por verla reírse de esa forma, como si no se cansara de comprobar que no piensas herirla.
continúa...
ResponderEliminarAsí que unas veces llora y otras se ríe. Y otras está como ausente, lejos y fría, como los muertos. Entonces te trata como si fueras un desconocido al que hay que preguntarle por la familia y los hijos. ¿Qué tal?, te pregunta desde la estratosfera. Y no sabes qué decirle para sacarla de allí. Si le hablas de aquello que te contó ayer y dejó a medias, te contesta con evasivas, como si no recordara bien quién eres y solo te siguiera la corriente.
Otras veces ni llora ni se ríe ni está ausente, sino que anda metida en sus asuntos, con seriedad, como si no hubiera en la vida nada por lo que llorar ni por lo que reírse a carcajadas. Eso tiene, también, que se lo toma todo muy a pecho, hasta lo que ocurre cada día. Todo tiene demasiada importancia, un gorrión que pasa o unos minutos de silencio. Las cosas y las personas contienen la respiración a su lado. Cuando menos te lo esperas ya está interpretando algo, tu forma de tirar la ceniza o el hecho de que falte pasta de dientes. Esa es una de las cosas que más nervioso me ponen.
Y no es que sea mala chica ni que le guste jorobar a la gente. Simplemente, no lo puede evitar. No se relaja. Parece que siempre pudiera salirle al paso un asesino. Si vas a pedirle fuego por la espalda, no veas el salto que mete. Se asusta como un pajarillo, y se queda un rato encogida, con cara de huérfana. Ya le puedes decir mil veces que no lo has hecho aposta... que nada, la cara de huérfana le dura lo que le dura. Yo creo que en el fondo le gusta que sientan pena por ella.
Antes, cuando era más jovencita, era difícil verla enfadada. Sonreía todo el rato, aunque la mirada seguía siendo triste. Ahora es otra cosa, cada dos por tres se enfada con ella misma y con el mundo, y le da tanta rabia hacerlo que solo quiere meterse debajo de una mesa. En ese sentido, parece que tiene otra vez quince años. Le duele hasta respirar, a la tía, y se preocupa por todo. Es como muy responsable para las pequeñas cosas, para los detalles a los que los demás no damos la mínima importancia. No se te ocurra decirle que los zapatos de charol no pegan con la mochila roja, porque se piensa que eso quiere decir que no te apetece salir a bailar con ella. Pues vaya. Y lo peor es que enseguida vienen las lágrimas, y ya solo queda esperar a que pase el chaparrón. Total, que al final ni bailar ni nada.
ResponderEliminarPero tampoco se te ocurra decirle que tiene que comer mejor o arreglar el ordenador o llamar a su amiga Carmen, porque te mira como si fueras un extraterrestre o algo así. Para ella la salud o el ordenador o los amigos son cosas que se arreglan solas, por las que no hay que preocuparse como por la pasta de dientes. Claro, eso hasta que se pone enferma, o el ordenador ya ni se enciende o su amiga Carmen no la llama. Entonces llora y se lamenta porque ya no hay remedio y dice que ya lo sabía ella y se siente la persona más desgraciada de la Tierra, y por unos días solo existen en la vida su cuerpo, el ordenador o su amiga Carmen, que ya no quiere saber nada de ella, claro. Y lo pasa tan mal que cuando sale de eso se siente la persona más feliz del mundo y se vuelve a enredar en la pasta de dientes o en el crecimiento de los chopos de la plaza.
El caso es preocuparse. Porque yo creo que lo que más odia es lo cotidiano, lo que pasa sin pena ni gloria. Hasta una tortilla de patatas tiene que tener algo de trascendente. Por eso a veces da rabia contarle las cosas. Te escucha con demasiada atención. Trata de ponerse en tu lugar con tanta vehemencia que te da la impresión de que te roba el puesto y se lo queda ella. Hay veces que uno solo quiere que lo escuchen y ya está, o a lo máximo que le den una palmadita en el hombro. Con ella eso es imposible. Al principio te sientes muy importante, pero te acabas dando cuenta de que la importante es ella, que se ha quedado con tus problemas y los ha resuelto como le ha dado la gana. Qué plasta.
A decir verdad, solo me gusta cuando consigue salirse de todo eso, a su pesar. Cuando va al cine y se pone en la cola de las palomitas y se pide la grande. Entonces los ojos le brillan y no es ella; es feliz. Es a eso a lo que me refiero. Cuando todo lo que es o lo que cree ser desaparece, y se deja llevar, entonces sí que da gusto. Luego sale del cine y a veces se ha contagiado tanto de la película que hace los mismos gestos que la protagonista, y te habla con las palabras del guión. Se ríe si ha visto una comedia y llora si era una tragedia, y no al revés. Así es como tendrían que ser siempre las cosas.
ResponderEliminarLe pasa eso también con los fuegos artificiales. Ella dice que le gustan porque es miope y todo lo que sea de colorines le llama la atención. Yo no sé por qué es, pero cuando los mira llora y ríe a la vez, y las emociones se le salen por la boca, por la nariz, por los ojos, por las puntas de los dedos, y todas sus capas de frialdad se van a freír espárragos por un rato. Yo creo que por eso le gusta escribir, porque se parece un poco a lo de los fuegos artificiales. Un día me dijo que escribir le dolía. Yo no le dije nada, pero pensé que tenía que doler cuando se rompe el hielo de dentro.
No sé si se habrán hecho una idea. No es fácil retratar a alguien, aunque lo conozcas desde siempre. Incluso yo diría que es más difícil. Si a mí me dicen que describa al panadero, enseguida les doy todos los detalles, hasta lo de su hijo bizco y lo de que en la trastienda se dedica a empinar el codo mientras se pone vídeos porno. Pero con ella no es tan fácil, no sé si saben lo que quiero decir. Lo que ocurre es que en vez de describirla me entran ganas de estrangularla o de comérmela a besos. O de las dos cosas a la vez.
Estupendo!
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