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09 abril, 2009

3 comentarios:

  1. Cyril Jarton

    La pintura genérica

    El arte contemporáneo es en sus términos un arte del presente. Su profunda originalidad es de no pensarse en la línea de una cronología que opone lo antiguo y lo moderno, en una visión progresista, sino que considerar eso que hace acto de arte, aquí y ahora. En este contexto, la fotografía las prácticas de instalación, la perfomance, aproximan muy de cerca esta instantaneidad, esta contemporaneidad entre el acto artístico, su público y la sociedad en la cual se produce. En este tiempo real, el lugar de la pintura es difícil a determinar y a falta de ser pensada, ella es a menudo tratada aparte, sea como un arcaísmo, un plano de fondo, sea como un espacio autónomo y visionario, un horizonte. Esta separación se sostiene por una parte debido a que la pintura tiene siempre un pasado, ella es abiertamente o implícitamente parte de una historia abundante. Por otra parte, en sus “técnicas”, la pintura no es jamás a propósito de un objeto o de un sujeto real, sino que de una abstracción de ese sujeto o de este objeto que se desvanece en el pigmento o en el color. En la masa taciturna de una pintura que acampa sobre sus posiciones tradicionales y reivindica su saber-hacer al diapasón de un discurso demagógico denigrando la diversidad de otras practicas algunos pintores se han despegado. Practicando una pintura abierta y múltiple, ellos juegan un rol activo en la comprensión ensanchada de una contemporaneidad que se apoya a menudo restrictivamente sobre una relectura ideológica de la obra de Marcel Duchamp, para fantasmear la escena primitiva del arte contemporáneo como un ready-made generalizado, celebrando neciamente la “muerte de la pintura”.

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  2. Le petit contexte de realité.

    Si hoy en día la práctica del dibujo se consolida como una forma autónoma de creación, es decir significada como obra, estructura definitiva, o como proposición de un contexto de exposición y no como parasitaria de otra disciplina, o de re-significación posterior en su descubrimiento. Esto se debe, mas que a una real capacidad de nuevos atributos significantes, ( que por cierto existe y habita ciertas obras), a una condición de actualidad que goza la creación actual, tributaria de una realidad compleja que rinde culto a la diversidad (al menos en lo simbólico), imponiéndose como modalidad, como un intento idóneo de transversalizar, en una estrategia cultural vigente: la moda del arte. Al igual que otras prácticas correlativas a nuestro tiempo contemporáneo las que se configuran bajo el mismo alero de actualidad, estas están mas mimadas por una especie de crispado deseo de estar aquí y ahora, al encuentro de un posicionamiento de escena, que de llevar a cabo, simplemente, una experiencia de creación.

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  3. Una dificultad para captar el concepto de “post modernidad” en todo su sentido, proviene, mas de cerca, de la imprecisión del concepto de “modernidad”. El adjetivo “moderno” se revela de este modo, por la contigüidad semántica que este comparte con el adjetivo “contemporáneo”. Modernus, contemporaneus: al origen próximos por la significación, estos dos términos en el fondo dicen la misma cosa. Tanto el uno como el otro, según la etimología, señalan una voluntad de estar ahí, un estado de presencia tenso y conciente a un mundo en desarrollo. El sentimiento a la obra por la circunstancia, es el sentimiento de la compañía del tiempo, inclusive del cuerpo hecho movimiento en el insondable movimiento del tiempo.
    De aquí el malentendido prolongado afectando los conceptos de modernidad y, por extensión, aquel de “post-modernidad”. Si la comprendemos en el prisma de contemporaneus, la modernidad es un fenómeno perpetuo, el eterno retorno de un mismo deseo de habitar el presente. Marca de excelencia del progreso en marcha, la modernidad canónica de los historiadores ¬ corriendo grosso modo de 1789 a 1968, para las artes, de David al arte conceptual ¬ no tiene otra mirada que de existencia historicista, como construcción teórica. Perteneciente sólo a los siglos XIX y XX, la “modernidad” lo sería en efecto a condición que este periodo halla innovado de manera radical, irresistible e irreversible, trastornado cada norma y, a fin de cuentas, reescrito a ella sola la totalidad de la historia, lo que no es el caso evidentemente. Por poco que miremos el mundo después de Sirius, sin prejuicios, veremos que la evolución está, en todas partes y en todos los tiempos, y que es inútil cantonar la modernidad solo a los momentos históricos donde la reivindicación de lo nuevo se dio libre curso de manera conciente, abierta e impertinente..(5)
    Demás esta decirlo ,en efecto: la proclamación a comienzos del siglo XIX, de la modernidad advenida ¬ el vocablo designándola, donde Balzac, Stendhal y Baudelaire se disputaran en partes iguales la paternidad, es forjado al momento de la revolución industrial ¬ releva de la estrategia y, al menos también, de un olvido. Fenómeno occidental que la modernidad, queremos creerlo, propio a la conciencia secularizada donde Europa se dota en la misma dirección lanzada de las Luces y del Aufklärung. Una conciencia llevada a un materialismo creciente, como lo sabemos, puesta de manera abrupta ante el vacío del cielo y prometido al destino de la nada, reclamando tanto y más un nuevo culto teleológico y pronto a encontrar éste en la veneración de lo nuevo, la preocupación dinámica de la ruptura y la estética del de- pasar. Un credo tal de ninguna manera impide que Gorgias y Maquiavelo en política, Dante o Rabelais en el dominio de las letras, el Miguel-Angel de la Pieta Rondanini en aquel de la escultura ( una obra anunciadora de la manera de Rodin ), Copernico o Kepler en el campo científico ¬ entre un sin número de otros ¬ no habrían sido ellos también a su medida, mucho antes de la edad llamada modernidad, de los “modernos”. En el fondo, no se ve porque Uccello, que trabaja con la perspectiva, o que Durero, que comienza a firmar sus telas y abre el arte al orden de la subjetividad reivindicada, sean menos moderni que Schwitters o Beuys medio milenio mas tarde. A cada época su ley y sus litigios, su orden propio y sus ancianidades corruptivas, su repetición y su movimiento pulsivo de renovación.

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